EL SAUCE

19.03.2024

Por Susana Otero

El sauce es un árbol que crece a orillas de ríos y arroyos, su copa es irregular y con muchas ramas colgantes, su madera se usa en carpintería y los hay de diferentes variedades.

Dicen que dicen... que juntito al río Uruguay vivía una comunidad de guaraníes cuyo cacique era un hombre justo y valiente y tenía una hermosa hija.

Su nombre Isapí.

Todos querían mucho al cacique, no así a su primogénita. Isapí era engreída, altanera y tan dura como una roca, toda su belleza se esfumaba al verla actuar, es más muchos no la querían, si no que recelaban de ella, le tenían miedo y huían al verla aparecer.

Isapí tenía corazón de mármol, por eso nadie jamás la había visto derramar una lágrima, incluso al perder a su madre, ella había dicho que era ley de la vida.

Cierto invierno, en que las lluvias se hicieron más frecuentes de lo habitual, el río creció de tal forma que arrastró cuanto se interpusiese a su paso.

El furioso torrente arrancaba árboles y arrastraba animales, todo lo inundaba.

Los hombres estaban temerosos, los niños y las mujeres lloraban, Isapí, sin embargo, permanecía indiferente al sufrimiento de sus hermanos.

Tan indignados estaban con la conducta de la muchacha que el consejo de ancianos reunidos junto al fuego, le pidieron al Shamán que consultara a Tupá, el Dios hacedor, y le preguntara por un castigo para encausar a la joven.

El Shamán atento, recibió la respuesta, si no cambiaba su conducta el castigo que recibiría sería más que aleccionador.

Pasaron las lunas y otro invierno llegó y con el invierno llegaron las lluvias más intensas que las anteriores,

Esta vez creció con tal fiereza el río, que no solo se llevaba árboles y animales, ahora era a los mismos habitantes, tal era la creciente, que debieron huir a los montes y treparse a los árboles para que el agua no los arrastrara, a pesar de eso, hubo muchos desaparecidos, la misma Isapí logro salvarse por milagro. Gritos y lamentos poblaban la región. Isapí, a pesar del dolor que albergaba el corazón de su gente, seguía sin ablandarse, impermeable al dolor.

También cuentan que cierta vez una joven madre trayendo un pequeño en brazos y suplicando le pidió ayuda.

¡-Isapí!,¡Isapí! ayúdame-, rogó la mujer, - un escorpión ha picado a mi pequeño mientras buscaba agua en el río-.

-¿Qué, qué?, no es mi culpa que tu descuides al pequeño-, y dándole una furiosa y helada mirada, se marchó sin más.

Fue entonces, cuando el Shamán oyó aquellos gritos desesperados, cruzándose con la inhumana Isapí. Sin perder tiempo y utilizando una hierbas en forma de emplasto, logró curar al pequeño.

Luego cansado ya de la impiadosa joven, le pidió a Tupá que hiciera tronar su escarmiento.

Isapí, mientras tanto, descansaba inmutable a orillas del río.

Al caer la tarde, cuando la luna empezaba a mirarse en el río, comprobó que le era imposible moverse, horrorizada sintió que sus piernas y brazos se endurecían, por sus pies crecían raíces que se sujetaban a la tierra y de sus brazos rígidos, como implorando al cielo crecían ramas y de ellas hojas finas, alargadas y verdes.

Como último acto, Isapí dejó correr pesadas lágrimas, la bella Isapí convertida en árbol ahora podía llorar.

Ese es el árbol que hoy conocemos como sauce y que aún llora recordándole su inhumana conducta.

Adaptaciones e ilustración, Susana Otero