YOGANANDA

23.05.2020

YOGANANDA

Nació en la última década del siglo XIX, el 5 de enero de 1893, en la ciudad de Gorakhpur a los pies de los Himalayas, en el seno de una familia acomodada perteneciente a la casta de los kshatriyas, guerreros y gobernantes, la segunda en el sistema tradicional de castas de la India. Le dieron el nombre de Mukunda Lal Gosh y fue el cuarto hijo de una familia de ocho hermanos, cuatro mujeres y cuatro hombres.Sus padres, Bhagabati Charan Gosh y su esposa Gurru (Gyana Prabhal) Gosh, eran fervientes devotos y discípulos del gran santo hindú Lahiri Mahasaya, y criaron a su numerosa prole con gran amor y enseñanzas espirituales.

Desde muy niño, Makunda ayudó a su madre a disponer ofrendas de flores frescas impregnadas en pastas de madera de sándalo en el altar familiar donde veneraban una foto del santo Lahiri Mahasaya. Luego, la acompañaba en sus meditaciones y honraban con incienso y mirra a la divinidad expresada en el retrato.

Sus padres lo iniciaron a temprana edad en la técnica del Kriya Yoga enseñada por Mahasaya y, en muchas ocasiones, el niño experimentó éxtasis místicos. Veía al maestro salir del marco de la fotografía y adquirir un cuerpo luminoso que se sentaba a su lado.

Pero el mayor milagro ocurrió cuando tenía ocho años y enfermó gravemente de cólera asiático, entonces incurable.

Desahuciado por los médicos, Mukunda agonizaba cuando su madre, acompañada de su hermana mayor, Roma, colgó en la habitación del moribundo el retrato del santo, pidiéndole que mentalmente se postrara ante el maestro para que lo sanara. El niño obedeció mirando fijamente la foto. Ocurrió entonces un extraño fenómeno presenciado por toda la familia. Del retrato emanó una luz resplandeciente que iluminó toda la habitación y envolvió el cuerpo del enfermo. De inmediato, Mukunda se recuperó, incorporándose en el lecho lleno de energías. Su madre y su tía se postraron ante la milagrosa fotografía agradeciendo a Lahiri Mahasaya por la sanación del niño.

Desde esa ocasión, comenzó a experimentar muchísimas visiones espirituales cuando meditaba. En una oportunidad, vio dentro de una fulgurante, figuras de santos en postura de meditación y, al preguntar "¿Qué es ese fulgor?", una voz le respondió, "Yo soy Ishwara" (Yo soy luz), que es el nombre sánscrito para designar a Dios en su aspecto de legislador cósmico.

La familia Gosh vivió en diferentes ciudades de la India, pues el jefe del hogar ocupaba el puesto de vicepresidente de la compañía de ferrocarriles Bengala Nagpur, lo que permitió al místico Mukunda conocer en las diferentes ciudades que residió a científicos, filósofos, santos, y yoguis famosos de su época.

A los 11 años tuvo una experiencia de percepción extrasensorial, con su madre. Su padre había comprado una gran casa en Calcuta y su madre se encontraba allí, preparando la boda de su hermano mayor, Ananta. El y su padre aún no se habían mudado a esa ciudad y permanecieron en Berelly, localidad del norte de la India a la que su progenitor había sido designado por unos años. Mukunda despertó a las 4 de la madrugada y vio a su madre junto a su lecho. 

Ella le susurró: 

"Despierta a tu padre y tomen el primer tren a Calcuta" desapareciendo de inmediato. 

El niño transmitió el mensaje a Bhagabati, pero éste no le creyó. A la mañana siguiente llegó un telegrama anunciando que Gurru estaba gravemente enferma. Partieron de inmediato, pero llegaron demasiado tarde. Estaba muerta.

Este gran golpe sumió a Mukunda en una honda pena. Para consolarse y volver a contemplar los amables ojos de su madre, a quien consideraba su única y más grande amiga, armó un altar a la Madre Divina, que en la India es representada por la diosa Kali, y ante él meditaba y oraba, en busca de consuelo. Su fervor fue recompensado.

En la meditación completó la figura resplandeciente de la diosa Kali, que lo miró dulcemente, diciéndole: "Yo soy la que ha velado por ti vida tras vida en la ternura de muchas madres. Mírame y verás los ojos de tu madre".

Esta visión curó su melancolía y le dio el consuelo que buscaba sintiéndose desde entonces dichoso de haber sido favorecido con la constante compañía de la Madre Divina.

Paramahansa Yogananda, personaje que ha intentado unir las religiones y filosofías orientales y las occidentales.

Su vida estuvo dedicada en cuerpo y alma a su trabajo espiritual, dedicándose en todo momento a la práctica del Yoga, como vía de elevación y encuentro del camino con la Divinidad, la Madre Cósmica. Su camino siempre fue ayudar a los demás.

Oraciones de Yogananda

¡Oh Espíritu!, haz de mi alma tu templo, pero haz de mi corazón tu amado hogar, donde puedas Tú morar conmigo en un dulce y eterno entendimiento.

Madre Divina, en el lenguaje de mi alma exijo que me reveles tu presencia. Tú eres la esencia de todo lo existente. Permíteme verte en cada fibra de mi ser, en cada sutil vibración de mis pensamientos. ¡Despierta mi corazón!

¡Oh Dador de bienaventuranza perpetua!, trataré de hacer realmente felices a los demás, en agradecimiento por el gozo divino que Tú me has dado. Serviré a todos por medio de mi felicidad espiritual.

Padre Celestial, enséñame a recordarte en la pobreza y en la prosperidad, en la enfermedad y en la salud, en la ignorancia y en la sabiduría. Enséñame a abrir los cerrados ojos de mi incredulidad y contemplar tu luz, que sana en un instante.

¡Oh Luz resplandeciente!, despierta mi corazón, despierta mi alma, alumbra mi oscuridad, desgarra el velo del silencio y colma mi templo con tu gloria.

Padre Celestial, colma mi cuerpo de tu vitalidad, mi mente de tu poder espiritual y mi alma de tu gozo e inmortalidad.

¡Oh Padre!, en mí se halla tu ilimitado poder que todo lo sana. Manifiesta tu luz a través de las tinieblas de mi ignorancia.

¡Oh Energía Eterna!, despierta en mí la voluntad consciente, la vitalidad consciente, la salud consciente y la realización consciente.

Espíritu Celestial, concédeme la gracia de poder hallar fácilmente la felicidad, en lugar de dejarme avasallar por la preocupación ante cada prueba o dificultad.

Padre, enséñame a esforzarme no sólo por conseguir mi propia prosperidad, sino también la prosperidad ajena.

¡Oh Padre!, enséñame a sentir que Tú eres el poder que se halla en el fondo de toda riqueza y el verdadero valor de todas las cosas. Al encontrarte a Ti primero, encontraré en Ti todo lo demás.

Señor Invencible, enséñame a servirme continuamente de mi voluntad en la realización de buenas acciones, hasta que la diminuta luz de mi voluntad arda como el fuego cósmico de tu voluntad todopoderosa.