¿NOS ALCANZARÁN LAS PALABRAS?

22.08.2021
noticiasfuerteventura.com
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Por Jean Georges Almendras-21 de agosto de 2021

Corriendo el riesgo de caer en la narración morbosa, el periodismo no puede ser indiferente al sufrimiento humano, y pues entonces, lo más sensato que le queda, es denunciarlo, o darlo a conocer, bajo formas que sean entendibles y gráficas, porque se trata del sufrimiento de seres humanos. Sufrimientos y penurias que son causados por otros seres humanos, en circunstancias de guerra o de graves crisis político-económicas. Sufrimientos que padecen los migrantes cuando, huyendo de múltiples circunstancias nefastas que confabulan contra sus vidas, osan desafiar al mar, abordando precarias embarcaciones o botes inflables, superadas en capacidad, y sobre las cuales quedan literalmente a la deriva, nada menos que buscando la libertad o nuevos horizontes junto a seres queridos, recién nacidos y niños, entre ellos. A la deriva, en el inmenso mar, en busca de mejores oportunidades para vivir. A la deriva y expuestos, cruelmente, a perecer ahogados o por inanición, y en la gran mayoría de los casos sin poder lograr el objetivo natural de la migración forzada, sin perjuicio de que en las tierras alcanzadas, se intensifiquen los padecimientos, sea por trabas legales, sea por mezquindades estatales o sencillamente porque todas las puertas les serán cerradas en el rostro, dándoles solo una opción, salvo excepciones que son cíclicas y escasas: la de ser deportados a su lugar de origen, que es algo así como regresarlos a la muerte o al más inaudito olvido. Pero esa ya es otra historia, porque la que me ocupa ahora, se relaciona estrechamente con lo que ocurre en todo a lo largo y a lo ancho de las rutas marítimas de migración, huyendo de sus tierras de origen. Tierras donde sus vidas no fueron respetadas, o ni siquiera consideradas, razón por la cual son miles los seres humanos que tomaron (y toman, ahora mismo, cuando escribo) la decisión de planificar a corto o mediano plazo (o en ocasiones, de un día para el otro, y con lo puesto) la posibilidad de ponerse a salvo, apelando a los botes de la muerte, mirando al horizonte, con los ojos llenos de lágrimas, a sabiendas -que entre ellos y la esperanza de vivir- hay un mar inmenso, saturado de peligros. Los peligros de una navegación precaria que los hará estrechar lazos con una única y pavorosa realidad sobrevolándoles la cabeza, la de sucumbir ahogados o presas del hambre y de la sed, así de contundente, en el medio de un ancho e inmenso océano.

En las últimas horas, la periodista María Traspaderne, tuvo la sensibilidad y el coraje de escribir -para el diario argentino Página/12- un demoledor (y removedor) artículo, ventilando informaciones precisas, cifras precisas y situaciones precisas, sobre la manera y la forma en la que se desarrollan esas navegaciones, donde los migrantes son los protagonistas de una historia humana, que no les reporta ni marquesinas ni compensaciones, sino que por el contrario, los hace codear con la parca, padeciendo además, penurias que ninguno de los que escriben sobre ellas, llegan a dimensionar cabalmente, porque no les ha sido posible vivirlas en carne propia; porque, seamos sinceros, es muy difícil poder trasmitir al lector, certeramente la verdad del pánico, atenazando vidas; especialmente vidas de niños, arropados con trapos a los brazos de sus madres, padres y hermanos, y entregados a la buena de Dios, dentro de una barcaza, que de buenas a primeras y de un solo plumazo (y sin previo aviso), sea de día o sea de noche, los podrá abandonar a la muerte, sin siquiera darse cuenta del segundo fatal.

Traspaderne nos habla, nos relata, un caso: el de un bote inflable, que partió de una región cercana a El Alaiún en el Sahara Occidental, con 54 personas a bordo, que navegó dos semanas (13 noches con sus 14 días) a la deriva, antes de llegar a una playa de Mauritania, con la terrible merma de 47 vidas, es decir, solo con 7 sobrevivientes. Y también nos relata que uno de ellos dijo que a bordo "se morían poco a poco. Primero los niños y luego las mujeres"; relató también (desde un centro de detención de Mauritania) que fueron muriendo de sed y de hambre, a medida que pasaban los días, a pesar de la ayuda de algunos pescadores marroquíes que se les cruzaban en sus barcas, y que les alcanzaban dos o tres botellas de agua, para ser distribuida entre los 54 pasajeros.

Traspaderne, sigue ampliándonos sobre esa navegación. Nos aporta, por ejemplo, el testimonio de una persona que vivió esa odisea, y que rememora telefónicamente, a una activista de una ONG, que ese viaje fue un infierno de casi dos semanas "a bordo de una barca semirrígida, de esas a las que se tragan las olas en cuanto el mar se encrespa".

La activista es Helena Maleno, una portavoz de la ONG "Caminando Fronteras", que en diálogo con un periodista de la agencia EFE ha relatado que ha visto desaparecer decenas de botes neumáticos a poco de partir, y que es frecuente ver estas embarcaciones en la ruta canaria: "Son mil kilómetros de mar, es la primera vez que vemos, que una zodiac aguanta tanto", refiriéndose al bote que llegó a la playa de Mauritania.

Según el relato de Traspaderne, las penurias en la navegación del bote zodiac (que había partido con 54 tripulantes) alcanzaron altos niveles de dramatismo, desde el momento mismo en que todos ellos -oriundos de Guinea Conakry, Senegal, Costa de Marfil y Mali- la abordaron el pasado día 3 de agosto. Una embarcación construida para una tripulación reducida -no 54 personas- y apta para un recorrido en mar abierto de solo 125 kilómetros, vale decir como máximo, hasta la isla de Fuerteventura en Canarias.

A Helena un sobreviviente le ha dicho que ya al día y medio de partir se quedaron sin combustible, que no se encontraban lejos de la costa, y que se fueron cruzando con pescadores, que habrían optado por el silencio, es decir, por no comunicar a las autoridades de la presencia de la embarcación. En consecuencia, esto hace pensar a Helena, que la zodiac continuó su rumbo hacia el sur, a merced del mar, y que pronto -con el correr de las horas- la tripulación comenzó a sufrir las severas consecuencias, de la falta de agua y de comida.

El sobreviviente que consigna sobre la navegación, ha dicho a Helena: poco a poco iban muriendo personas. Primero los niños (había tres) y luego las mujeres" (de las diez que viajaban en el bote solo una sobrevivió).

La gente se quedaba como dormida y moría; otros se tiraban al mar", es el crudo relato del sobreviviente, testigo fiel de este drama estremecedor, por donde se lo mire. Finalmente recordó, que trece días después, a merced de las corrientes marítimas la zodiac finalmente llegó a una playa de Mauritania, y allí mismo, en medio de esa feliz circunstancia, otras tres personas hallaron la muerte.

El testimonial y sensible relato de la colega Traspaderne explica que la zodiac pudo haber tenido peor suerte, dado que el agua no estuvo distante de llevarlos mar adentro, en dirección oeste, lo que habría significado quedar a merced de unos 4.500 kilómetros de aguas del Atlántico. El destino habría sido inevitable: la muerte de todos, tragados por el mar.

Como periodistas no podemos ser indiferentes a estas tragedias, que no son solo marítimas, porque son tragedias gestadas por la codicia de los poderosos, que arrastran a la desesperación a los grupos humanos que viven o sobreviven en sociedades donde recrudecen las guerras y las esperanzas de vida son escasas, casi nulas. Donde el hombre se come al hombre, obligándolo a huir, con lo puesto, para salvar hijos y esposas (ya no hablemos de bienes), lanzándose a las aguas sin evaluar riesgos ni limitaciones, porque la desesperación es mayor.

Y los que llegan a las costas, que les significó, heroicamente sortear aguas -que son símbolo de muerte- deben seguir braceando en tierra firme para sortear maldades humanas, que se imponen a través de ordenanzas y medidas disciplinarias para los migrantes, como ser la deportación inmediata.

Quienes hacen parte de ONGs en Mauritania, vocean estridentemente al rostro de las autoridades, que se apliquen medidas humanitarias para con los náufragos de esas embarcaciones y que bajo ningún motivo sean sometidos -cruelmente- a procedimientos de expulsión porque están literalmente destrozadas".

Estos activistas, que están en la primera línea de esa noble, valerosa y arriesgada tarea de proteger a los indefensos migrantes de esas navegaciones de terror y de muerte, tienen una sola consigna a flor de piel: salvar vidas, luchar para ello y denunciar en el mundo, todo lo que ocurre por esas regiones, que nosotros como lectores -seamos sinceros- no logramos asumir, en lo más mínimo, porque nuestro destino ha sido otro.

Periodistas como María Traspaderne escriben estas historias, que nosotros las reeditamos, porque hacemos parte de su mensaje, para crear conciencia, porque ella misma en su crónica nos advierte (y advierte a la opinión pública) que lo peor está por llegar, después, porque "a partir de finales de setiembre, cuando el Atlántico se calma un poco y los vientos alíseos acompañan, las pateras se multiplican" (es decir, que esas embarcaciones proliferarán).

Helena Maleno, instalada en el lugar de los hechos, como diríamos los periodistas policiales o de zonas en conflicto, vive horas de preocupación, porque tiene ojos y sensibilidad (y corazón) para hacer suyos esos sufrimientos, de esas gentes lanzadas a los mares, dentro de parámetros de una indescriptible vulnerabilidad. La vulnerabilidad del ser humano que padece la más absoluta soledad e indefensión.

Helena Maleno ve dos espadas de Damocles instaladas sobre los migrantes marítimos, a muy corto plazo: que las cifras irán en aumento y que el uso (por parte de ellos) de embarcaciones frágiles, y de una vulnerabilidad atroz, también se incrementarán: "No es muy buen panorama, el que se avecina", recalca ella y el activismo desplegado en esas tierras que desafortunadamente son mojones del desamparo más indignante y sensibilizador, de nuestro tiempo.

Hasta el 1ero de agosto de este 2021, ya se contabilizaron unos 7.531 migrantes; una cifra que contrasta dramáticamente a la del año anterior, que era de 3.185. De aquí en más, es obvio que estos números serán superados.

Saldrán a luz cifras que nos estremecerán; pero que también nos avergonzarán...

Sin hipocresías de por medio, me obligo a decir que, desde nuestras comodidades occidentales, también nos deberíamos sentir como aquellos que, viviendo en las entrañas de los organismos instalados en aquellas tierras y frente a esos mares, son testigos de esas tragedias. Porque, como seres humanos, tenemos la obligación de no ser indiferentes. Tenemos la obligación moral de no mirar al costado. Y ante todo, de no ser insensibles.

Las tragedias del otro lado del Atlántico, que el periodismo atento y consciente (de esos lares y de estos) denuncia, cada vez que puede, pero siempre preguntándose si el objetivo podrá ser cumplido, porque a pesar del temple y de la fortaleza demostradas en esa noble tarea, no hay colega que en algún momento no se haya interrogado si realmente alcanzarán las palabras para sentir (y transmitir) como propios, los sufrimientos de aquellas gentes.

Hombres rudos, y mujeres valerosas, que agazapados a barcazas endebles, con los ojos llorosos por la impotencia y el pánico, y con la desesperación atenazándoles el alma, no se rinden de buscar casi como a tientas, la posibilidad de ser libres y de poder ser humanos.

Algunos lo logran, otros no.

¿Nos alcanzarán las palabras para comprenderlo así?